INTRODUCCIÓN


 

La utopía no es, como se cree a menudo, el sueño ocioso o el resultado de un deseo quimérico para ofrecer a la evolución social un plan hecho de antemano; si es digna de su nombre, representa el voto ardiente de un hombre convencido de proponer ideas avanzadas que los contemporáneos rehusan reconocer, en esa forma que apela a los sentidos y al sentimiento de un gran número de hombres, la forma artística, igual que los pintores que trazan un paisaje ideal o una figura humana expresando su sueño de belleza o de energía. Pero como las conceptiones sociales críticas, revolucionarias y solidaristas y las grandes facultates artísticas no están sino raramente unidas en el mismo individuo – y el verdadero artista tiene tantos medios de expresión de su ideal que la utopía puede parecerle un cuadro demasiado restringido, – no siempre las utopías son también obras de arte, naturalmente, y es preciso ser indulgentes respecto de ellas en ese sentido. En cambio, las verdaderas utopías nos muestran un hombre completamente absorbido por su asunto, pensando cada idea hasta su consecuencia lógica extrema, realizando así un nuevo mundo todavía desconocido, diferente de las obras de la fantasía de cualquier otro género que, todas, quedan en el cuadro estrecho y fijo de las circumstancias presentes o pasadas. Sólo la utopía practica la verdadera libertad, revoloteando por las esferas inmensas u desconocidas del porvenir próximo y lejano. Convendrá, esperémosolo, a los lectores, particpar en esos vuelos lejanos en lo desconocido, y y esta serie presentará tales excursiones por autores libertarios, por anarquistas y por hombres a quienes su deseo de libertad como factor esencial de bienestar social, aproxima más o menos a las ideas de anarquía integral.

Las utopías autoritarias son bastante conocidas; pero se conoce más el género de los viajes imaginarios con anticipaciones sociales incoloras o puramente fantásticas. Las utopías libertarias son mucho menos numerosas, porque la energía de los libertarios en lucha contra tantos obstáculos es absorbida muy frecuentemente por otros géneros de militancia; raramente tienen tiempo para las composiciones utópicas. Pero sin embargo, se hizo eso aquí y allí por hombres notables que han dejado su rostro sobre otras partes del movimiento revolucionario, lo que da peso a su palabra como utopistas, porque son raramente soñadores, son o fueron hombres de experiencia, de lucha práctica, de crítica social y de elaboración teórica de las nuevas ideas. Por primera vez se piensa reunir aquí una serie de ellas, tratando de presentar lo mejor de lo que hay en la literatura de un número de grandes países.

El hecho mismo de que se lea toda una serie de tales concepciones de una sociedad verdaderamente libre y dichosa impica que ni los editores ni los lectores se identificarán con las ideas y planes mútliples y muy diversos que encontrarán en no importa cuál de esta docena de utopías. Se recibirá más bien el sentimiento de la gran variedad y complejidad de todos los problemas de la vida humana y social, y se confirmará la opinión que sóla la libertad más ampliamente florecida, la más solidamente arralgada en las mentalidades, la más sólidamente incorporada en todos los rodajes y articulaciones del cuerpo social, de ese conjunto de hombres que deben organizar su vida sobre el planeta Tierra con los recursos que el globo terrestre les presenta – que sólo tal libertad puede garantizar el disfrute de un máximo de felicitad para todos.

Al volver de esas lecturas utópicas a la vida horrorosa del sistema autoritario-capitalista actual, militarán con una energía reforzada para aproximarse, no a la utopía de tal o cual autor, sino a la que vive en ellos mismos y que tratarán de realizar por el esfuerzo tanto indidual como colectivo.

 

 

Joseph Déjacque, el autor de El Humanisferio, era un verdadero proletario un obrero francés desconocido, empapelador y decorador, que salía no se sabe de dónde y que desapareció de un modo que no está esclarecido, viviendo desde 1820 a 1854, ó 1867 aproxidamente, pero cuya vida desde febrero de 1848 al año 1861 es bastante conocida. La primera mitad del año 1848 está en París en un ambiante abnegado y entusiasta, pero moderato, entre cooperadores y mujeres socialistas, pero él tomó su fusil en julio, fue insurrecto de las barricadas obreras contra la burguesía, vió la masacre del pueblo vencido, fue arrastrado de prisión en prisión durante un año y salió de ellas anarquista revolucionario.

A partir de allí su voz resuena en poesías que le hacen condenar en París, en discursos (en Londres, New Jersey, New York), después en folletos (en New York y en New Orleans); se detiene algunos años en New Orleans, dónde la corrupción social, la esclavitud de los negros lo desalientan y adquiere nuevas fuerzas al ampliar su volumen de poesías, Les Lazaréennes (1857), y redactando su sueño del porvenir, la utopía presente, terminada en febreo de 1858, cuando lanzó un prospecto para reunir algunos suscriptores, que no encontró.

Fué entonces cuando llegó a New York, enamorado de la idea, que muestra su energía, de crear un periódico en el cual publicaría su librito, y así lo hizo. Con su solos recursos, el dinero que ganaba con la pintura y su trabajo de empapelador, y un número restringio de suscriptores en la emigración francesca de diversos países, produjo desde el 9 de junio de 1858 al 4 de febrero de 1861, 27 números del Libertaire, 4 páginas de impresión cerrada, con frecuencia de tipo menudo. La utopía apareció allí desde el 9 de junio de 1858 al 10 de agosto de 1859. Volvió a Londres en 1861 y de allí partió para París, donde su rostro se pierde completamente y las noticias sobre su fin, acelerado o directamente producido por una crisis de enfermedad, son raras, contradictorias e inciertas. Pero su escritos – a excepción de uno solo, Béranger au pilori (contra el sentimiento nacionalista que emanaba de las poesías del cancionero), que permanece inencontrable para mí –, quedan; incluso del Libertaire, tan raro, se han conservado algunas colecciones.

Con Ernest Coeurderoy, Déjacque fue el rebelde social más pronunciado de los años 1848 a 1861 y el anarquista comunista más consciente de ese tiempo, expresando esa idea tal como la creaba él mismo entonces, sin depender de ningún predecesor, como lo han hecho también Ernest Coeurderoy en sus escritos desde 1852 a 1855 y Elíseo Reclus en su manuscrito de Montauban de 1851, recientemente encontrado. Oigámosle formular las ideas que le guiarían al redactar el Libertaire, que escribió casi enteramente solo:

"(...) Tiene por principio, uno y superior: la libertad en todo y para todos. No reconoce otra autoridad que la autoridad del progreso. En todo y para todos quiere la abolición de todas las esclavitudes bajo todas las formas, la emancipación de todas las inteligencias.

"Le Libertaire no tiene más patria que la patria universal. Es enemigo de los límites: límites-fronteras de las naciones, proprietad de Estado; límites-fronteras de los campos, de las casas, de las fábricas, proprietad particular; límites-fronteras de la familia, propriedad marital y paternal. Para él, la humanidad es un solo y mismo cuerpo en el cual todos los miembros tienen un mismo e igual derecho a su libre y completo desarrollo, sean los hijos de este o del otro continente, pertenezcan a uno o a otro sexo, a tal o cual raza.

"De religión, no tiene ninguna; es protestante contra todas. Profesa la negación de dios y dela alma; es ateo y materialista, dado que afirma la unidad universal y el progreso infinito, y que la unidad no puede existir ni individualmente ni universalmente, con la materia esclava del espíritu opresor de la materia, como el progreso tampoco puede ser infinitamente perfectible si está limitado por ese otro límite o barrera en donde los humanicidas han trazado con sangre y lodo el nombre de dios. (...)"

Déjacque había escrito ya en 1852-53 en Jersey:

"(...) ¡En pie, proletarios, en pie todos! Y despleguemos la bandera de la guerra social! – ¡En pie! Y, como los fanáticos del Corán – en el fuerte de la contienda insuerreccional en donde el que muere no muere más que para renacer en la sociedad futura –, repitamos este grito de antemano y de exterminio de la religión y la familia, del capital y del gobierno, ese grito de odio y de amor – de odio al privilegio, de amor a la igualdad –, ese grito vengador, en fin, ese grito de nuestra fe: la revolución es la revolución y la libertad – hoy vilipendiada, perseguida, pero mañana victoriosa y poderosa y siempre immortal –, la libertad es su profeta. (...)"

(Ver La Question révolutionnaire por Joseph Déjacque, New York, Frank F. Barclay, impresor y editor, folleto de 64 páginas en 32.°, publicado en el año 1854)

Estas pocas linea harán comprender – y la lectura de El Humanisferio lo confirmará – que este hombre, proletario aislado, arrojado a los cuatro vientos del destierro, arrastrándose de país en país – estaba imbuído a la vez por el más violento amor a la humanidad, que quería libre y dichosa, bella e inteligente en este bello globo terrestre con todas sus riquezas, bellezas y posibilidades de progreso, – y por el odio absoluto, feroz, ferocísimo si se quiere y altamente proclamado a la faz de todos, a los usurpadores, a los monopolistas, a los engañadores de toda especie, del sacerdote al político, que se han insinuado en el pobre cuerpo martirizado de la humanidad como sanguijuelas y parásitos y microbios envenenadores.

Tengo ante mí una carta de ese hombre, del 20 de febrero de 1861, la única y el único documento de su mano que parece haberse conservado, del cual saco estas palabras – estaba entonces cansado de América y preparaba su vuelta a Europa:

"(...) ¡Pobres primeros socialistas que somos! ¡Hombres déclassés en la civilización cristiana, nos movemos como almas en pena, esperando siempre encontrar un rincón donde estaremos menos fuera de nuestra esfera natural, y ese rincón no podemos hallarlo, porque no es de este mundo, es decir de este siglo! (...)

"Nosotros somos más numerosos hoy, pero ¡qué trabajo queda por hacer aún – en frente a enemigos absolutos, a los indiferentes y los extraviados!"

Jospeh Déjacque no fue completamente olvidado después de su desaparición, pero sus escritos se volvieron pronto inaccesibles, y para aquellos que se occcuparon de él han sido una verdadera sorpresa por la claridad de las ideas anarquistas expresadas por ese aislado ya tan tempranamente. Fuimos un excelente camarada suizo, J. G., y yo los que hemos señalado El Humanisferio a Elíseo Reclus, entonces en Bruselas – a él y a su hermano Elías, del tiempo de su destierro en Londres en 1852, la personalidad de Déjacque no les era desconocida, pero en Francia, donde habitaban cuando apareció el Libertaire, 1858 a 1861, ese periódico no penetró o penetró apenas –, y E. Reclus y su grupo hicieron aparecer esa utopía desconocida en la ‘‘Bibliothèque des Temps Nouveaux’’, n°14, Bruselas, 1899, IV-191 págs. en 12°. Las palabras de introducción son, sin duda debidas a la pluma de Reclus, a quien cedo la palabra.

Max NETTLAU

Noviembre 1926


 
 

Alguanas palabras de advertencia

Elíseo Reclus escribió, sin firmar, para la única reimpresión y la primera edición en libro, Bruselas, 1899, lo que sigue:

La Editorial "Temps Nouveaux" se ha propuesto publicar todas las obras que han tenido su parte de influencia en el desarrollo del ideal anárquico. En ese concepto, El Humanisferio de Déjacque es una de los obras más merecedoras de ser incluídas en nuestra biblioteca.

En efecto, Déjacque fue un arquista de la primera hora un anarquista antes que surgiera el vocablo; desde las jornadas de junio, en las que combatió en las filas de los insurrectos, y, sin duda, mucho antes, aunque sólo se le conozca a partir de esa época, no cesó de protestar, por la palabra y por los actos, contra la reacción burguesa; comprendía que una república, dirigada en esa forma, debía llegar fatalmente al golpe de Estado. Desterrado, entonces, no sin haber conocido los procesos políticos, la prisión, las persecuciones de toda clase, continuó, en los diaros ingleses, belgas, americanos, defendiendo las ideas libertarias, no vacilando en contradecir en ardientes polémicas, a sus hermanos proscritos, Ledru-Rollin, al mismo Proudhon, a quien no perdonaba que excluyera a la mujer de la sociedad anarquista.

Era poeta y sus poesías, de áspera elocuencia, no tenían, como su prosa, otro fin que el de la propaganda revolucionaria, a la que consagraba todo el producto de su trabajo. En el curso de los años 1858 y 1859 publicó El Humanisferio, utopía anarquista, el Libertaire, ‘‘periódico del movomiento social’’, que salía en New York, editado, redactado, administrado y expedido por Déjaqcue solamente. Se hallan en él numerosos y muy intersantes artículos de propaganda y de principios, así como notables poesías impregnadas de un ideal elevado de justicia y de libertad.

Nos parece que no ha llegado aún el tiempo de publicar íntegramente El Humanisferio. La presente edición adolecerá de algunas omisiones*, por la sencilla razón de que algunos pasajes serían, probablamente, falsamente interpretados; si hablar de los que leen con el propósito deliberado de encontrar en las obras el defecto que buscan, no todos los lectores están animados de esa bella filosofía que permite comprender desde muy alto el pensamiento ajeno, guardando, al mismo tiempo, la sernidad del propio. Vendrá un día en que la obra de Déjacque será libremente publicada sin omitir una sola línea.

Elíseo Reclus

* En la presenta edición esas omiciones, entre las que se encuentra la extensa nota colocada al fin de este volumen, han sido completadas – editorial La Protesta.

 

" Asimilándonos a ellos, nos los asimilanos y, en consecuencia, los moralizamos " – escribe Déjacque – , y ahi está el eje de todo el razonamiento que se leerá a continuación. No puede ser tarea nuestra criticar cada razonamiento defectuoso en estas utopías que son documentos históricos , pero señalamos por excepción esta vez este abandono de la lógica; son lagunas del autor, que no prueba lo que afirma. Es tan fácil afirmar: nosotros los moralizamos, ellos nos desmoralizan. Lo uno y lo otro es igualmente posible. Si yo me echo en el agua, puedo, en rigor, asimilármela, cooperar con ella, tanto cuanto dure el tiempo que pueda y sepa nadar. Si me lanzo en el aire, no me lo asimilo, soy destrozado. Sucede lo mismo en el contacto del mundo rebelde con el mundo criminal: las AFIRMACIONES, como las de Déjacque, son enteramente gratuitas; nada las prueba. Las conclusiones de una afirmación de este género son, pues, fantasías, utopías, y este pasaje de Déjacque es una de las incurables de esta utopía, entrevista también en 1842 por el comunista alemán Weitling, y que tiene su raigambre en lo que la realidad y la leyenda de todos los pueblos y de todas las edades han transmitido de ‘‘bandidos generosos’’, de un lado, y los rebeldes que llevaban a cabo represalias sociales, del otro.


 
 
 
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